No era la primera vez. Como cada noche, subía yo la bici por la escalera, hasta el cuarto, y allí, hacía a veces el gesto de detenerse en el descansillo para dejarme pasar. Era enorme; era tan grande, que subía una bolsa de basura bajo cada brazo, para abrirlas tranquilamente en su casa. Era seria... era amable... era una cucaracha, pero era una cucaracha amable y educada.
No sé cómo llegué a tratarla mal. Yo, compré ácido bórico. Una noche, lo eché por la escalera. Intenté matarla, sólo porque me dió asco. Lo sé: debía de haber intentado conocerla primero. Fué esa misma noche, mientras me lavaba los dientes antes de irme a la cama y poco despúes de que me expulsasen de forom... que pude oír sus gemidos de dolor... En un principio me alegré... abrí la puerta y allí estaba ella, acurrucada en una esquina, mirándome, con los tristes ojos de los que sólo podemos resignarnos a dejar la vida, temblorosos, esperando a que se digne abandonarnos sin más dolor y suplicando que, cuando se nos vaya, lo haga dignamente, y se lleve con ella todas sus tristezas y malignidades...
Qué mal me sentí!! Y lo peor... ella rompió en sollozos, hundiendo el rostro en sus patas y convirtiéndose en presa del dolor; una imagen lastimera que habría hecho palidecer al ser más inconmovible…
Fui a por el aspirador y recogí todo el ácido bórico... corrí a abrazarla y aquella primera impresión de lástima se transformó en un sentimiento que me alivió como ningún otro... Ella me abrazó con fuerza y la bolsa que ella sostenía bajo uno de sus brazos se rompió. Creo que en ese instante me enamoré.
Después del reventón que acompañó a la bolsa, toda la basura se desperdigó y todo el edificio rebosó de júbilo y celebración: las escaleras, las alfombras, las lámparas… ninguno de sus entresijos pudo escapar del perturbador alborozo que reinó al hacerse visible el cambio: la cucaracha me cogió de la mano y juntos paseamos los dos bajo el milagro que se manifestó en una sóla noche. Los dos pudimos ver cómo, desde aquél agreste cuarto del ascensor que se alzaba en la más profunda soledad hasta el sótano que hasta entonces se mostró húmedo y verdoso, pasando por las arenosas escaleras salpicadas de gotas de lejía aquí y allá hasta la puerta del portal, iluminada ahora por el farolillo más luminoso que jamás se hubiese visto, en todo el edificio hubo huella de la mano de los vecinos que preservase, todos los peldaños se rehicieron estrenados y no encontramos sendero bajo nuestros pies que no fuera el hollado por los detritrus.
Todo, absolutamente todo cuanto la cucaracha y yo podíamos alcanzar a ver, desde los descansillos que se extendían a nuestro alrededor hasta los más angulosos y altos marcos de las puertas sufragó al abono; no hubo lugar, aquí o allá, ni un sólo resquicio, que consiguiese burlar la fertilidad que sobrevino poderosa, intransigente, imparable en su curso y que arrastrando en su fluir marrón no desenraizase de las paredes la más demacrada pintura y aplastando, dando muerte, los horribles geranios de que habían sido la gloria de la vecina del segundo, naciendo en su lugar muchos millones de mohoos fétidos y de horribles olores, de matices infinitos cual multitud de sueños vívidos y alegres, y repartidos por todo el edificio y todos ellos naciendo de entre un denso y horripilante hedor fermentado, pero a la vez sutil como cualquier jardín... todo él un precioso estercolero sobre el que crecieron más huevos de cucarcha sedientos de vida y buscando la Luna que se desperezaba anunciando una nueva noche… y, desde lo más alto del tejado que nos rodeaba, descendieron dos nubarrones grises sobre nuestro nuevo hogar marrón, donde descansarían para siempre jamás.
Se había obrado un cambio, un prodigio en forma de oscuridad, de asquerosidad y de olor donde nunca antes había habido oscuridad, ni asquerosidad... ni olor; y con él una nueva vida surgió ante nosotros sin grandeza alguna que pudiera comparársele a todo cuanto los ojos de los hombres pudiérais haber visto antes... y, desde aquel día, ella espera siempre mi llegada y todos las noches me sube la bicicleta hasta el cuarto piso.