Esta tarde he hecho una ruta de las que me gustan, con mucho senderito de arena y piedra, con la diferencia de que llevaba las ruedas demasiado hinfladas. Al llegar a un cortafuego de arena con pedrolos como melones y raíces de pinos al descubierto por el que suelo pasar y lo conozco bien, la rueda delantera me bota en una raíz, luego se clava en la arena delante de una piedra gorda, y cuando quise reaccionar ya tenía el manillar en las rodillas. A unos 30 metros hay un mirador donde suele haber senderistas, y hoy había un grupo grande. Yo esperaba risas o que me dijeran algo, pero se ve que eran educados y nadie ha dicho ni pío. Lo cual agradezco en el alma.
Me he levantado, he puesto bien la cadena, he salido a pie de la zona de los pedrolos gordos y he seguido. Pasé junto a ellos y giré a la izquierda por un sendero. A esto que veo que me falta el bidón. Me he dado la vuelta, ya cabreado, me meto por la zona de los pedrolos como una moto, veo el bidón, llego hasta donde estaba, freno, y cuando voy a desenganchar la zapatilla izquierda no sale y me caigo a plomo. Me quedé en el suelo tirado con los brazos abiertos, la bici encima, mirando al cielo y pensando: qué vergüenza.
Entonces, me he ido en otra dirección, no fuera a ser que me cayera otra vez delante de ellos. Después he empezado a darle caña a la bici para soltar adrenalina por senderos donde nunca hay nadie.
Tengo un golpe en el codo izquierdo y otro en la pierna, pero lo que tengo herido hoy es mi orgullo. En fin, no hay que perderle el respeto a los senderos, por mucho que los conozcas.