El italiano volverá a competir en Québec y Montréal (Canadá), los días 9 y 11 de septiembre. El corredor compareció para describir su recuperación y mandar ilusión a quienes, como él, necesitan empeño y fuerza para recuperarse de graves lesiones neurológicas
Cuando Adriano Malori se ponga un dorsal el próximo 9 de septiembre, en el GP de Québec, 231 días después de su grave caída durante la quinta etapa del Tour de San Luis, solo una preocupación se inmiscuirá en sus pensamientos: “Tengo miedo de ponerme a llorar como un niño cuando esté entre todos los corredores del pelotón, esperando la salida”. La historia del ciclista italiano de Movistar Team es una lección emocionante, un camino de superación y una recuperación que apenas nadie entre la gente que conocía la seriedad de sus dolencias podía esperar tan rápida y completa. Una senda que, aun así, no ha estado exenta de instantes de desaliento, en los que ‘Malo’ perdió incluso toda ilusión.
“De aquel 22 de enero solo recuerdo que me encontraba muy bien en carrera y que había bajado a hablar con (Vincenzo) Nibali para proponerle que arrancásemos los dos juntos en unos repechos que había en el tramo final. A partir de ahí, nada más. Por lo que me contó luego Fran -Ventoso, compañero que rodaba a su lado en el pelotón cuando Malori pasó por encima de un bache que lo desequilibró-, la caída fue a unos 65 km/h. Di directamente con la cara en el suelo y del fuerte golpe, el cerebro se movió, rozó, resbaló sobre mi cráneo, y fruto de ese rozamiento se produjo un hematoma en la parte izquierda del cerebro, que gobierna todo el lado derecho del cuerpo. A causa del accidente tengo casi media cara de titanio”, bromea, tratando de quitar hierro -valga la redundancia- al asunto. “Son piezas que cubren todo el pómulo y un trozo de la mandíbula. Estarán ahí toda la vida, pero con el tiempo serán la única secuela”.
“De los primeros 15-20 días tras el accidente solo conservo fotogramas, ‘flashes’ de cosas que veía”, situación lógica habida cuenta de la fuerte sedación a la que estuvo sometido para la curación inicial de sus lesiones. “Mi novia Elisa me recuerda siempre que el 27 de enero le dije ‘felicidades’ por su compleaños. Sé que estaba con ella y con mi madre la primera semana, los primeros 10 días… pero no recuerdo nada en realidad. No era consciente, pero sí reaccionaba ante estímulos o fechas así. No empecé a recobrar la consciencia hasta más o menos el día de San Valentín, cuando Elisa me llevó una tarta para celebrarlo juntos”. Su novia, su familia y amigos cercanos habían sido su primer gran apoyo: “El día que me caí en Europa ya era de noche, pero Elisa, a las ocho de la mañana del sábado -el accidente se produjo un viernes-, ya estaba en una agencia de viajes buscando el primer vuelo a Argentina. Ella sola se vino, sin preguntar a nadie ni pedir ayuda. Solo tengo palabras de agradecimiento y amor hacia Elisa”, con quien ha contraído matrimonio este mismo verano.
Reparar la conexión
A bordo de un avión medicalizado, Adriano viajó el 16 de febrero desde Argentina hasta Pamplona, donde fue ingresado en la Clínica Universidad de Navarra. Allí vino el golpe más duro. Mucho más que el de la caída. “Al par de días de estar ingresado allí pedí que viniese un médico. En Argentina no me habían dicho claramente cuál era la situación de mis lesiones y no pensaba que fuese tan grave. Llego a Pamplona, me hacen resonancias, exámenes… y le pregunto tras ese par de días al médico: ‘¿Cuándo me operáis la clavícula para poder volver a mover el hombro?’ Yo daba por hecho que me operaban el hombro y en Tirreno-Adriático (marzo) volvía a competir. Total, si la pierna ya se movía algo… nada te hacía pensar que hubiese nada grave. Entonces, aquel médico me dice: ‘Adriano, no vamos a operar. No tenemos que operar. El problema que tienes en tu hombro es que tu cerebro se ha desconectado de la parte derecha de tu cuerpo’. Estuve llorando durante más de una hora sin parar, hasta la extenuación, después de oír aquellas palabras”.
Sin una motivación ni referencia claras pero con la voluntad de “volver a ser, digamos, una persona normal, independiente, lo antes posible”, Malori ingresa el 25 de febrero en el Centro Neurológico de Atención Integral (CNAI) de Imárcoain, a las afueras de la capital navarra. Allí encontró “un equipo fantástico. El Dr. Manuel Murie y todo su grupo de trabajo se portaron de forma espectacular conmigo. Toda la gente de allí, en especial las dos fisioterapeutas con quienes compartí gran parte de los momentos de trabajo, Rebeca Fernández y Tania Iriarte, me solucionaron la vida. Entré medio-paralizado, en silla de ruedas, y salí el 28 de abril por mi propio pie, habiendo rodado en bici por carretera desde días antes”.
En efecto, Adriano, con ese carácter y capacidad de lucha inherente a los mejores deportistas, se saltó cualquier plazo. Lo hizo sometido a sesiones maratonianas. “Detallar todos los ejercicios que practiqué allí no cabe en un papel. Todos los días tenía 3 horas de fisioterapia, 2 horas de terapia personal en movilidad y una hora más de logopedia. Además, desde el 20 de marzo, le añadí una hora diaria de rodillo. Le dedicaba cada uno de mis días por completo a curarme”. En mayo, Malori regresó a su Parma natal con la confianza de que el cuerpo daría los últimos pasos por sí solo. “Y la fuerza en mis extremidades aumentó muchísimo ese mes. Pero los movimientos progresaban entre poco y nada. El problema era que el centro donde continuaba la rehabilitación en Italia, sin ser malo, no era adecuado para mí. Allí trabajaban con casos más extremos de gente que no puede aspirar a una recuperación total y ‘solo’ quieren volver a ser personas normales. Yo ya había vuelto a eso, ya había pasado esa fase. Lo que quería era volver a ser un deportista profesional”.
Salir a volar
Para afianzar definitivamente su vuelta a la existencia que siempre ansió recobrar, Adriano volvió a ingresar en el CNAI a finales de junio. “Combiné la rehabilitación allí con otros ejercicios en Mutua Navarra y con las últimas pruebas para asegurar que neurológicamente todo estaba bien. Estuve hasta el 5 de agosto: me iba dos semanas, volvía a casa una, luego otras dos con ellos…. En la Mutua hacía ejercicios de recuperación de fuerza en el hombro, los músculos de la escápula, el brazo; en el CNAI mejoraba mi precisión en los movimientos de la mano. Sigo haciendo en casa esos ejercicios, aún me queda tiempo para recuperar el 100% de fuerza en esa mano. Pero para la bici, estoy completamente repuesto. Tomo las curvas cada vez más fuerte, más rápido, arranco y paro con facilidad, voy a la misma velocidad que iba en entrenamientos fuertes, freno con suavidad y con el mismo ‘feeling’ que antaño. No tengo ninguna duda ni miedo. Estoy listo”.
Durante estos meses, la relación de Malori con el ciclismo ha sido puro amor-odio. “Del Giro de Italia no he visto ni una sola etapa; del Tour, tampoco. Me ponía a ver una carrera, los veía corriendo y me parecía un deporte que no era el mío, era como ver MotoGP. Me dolía muchísimo. Me quedaba reventado. No podía soportar no estar con ellos, no vivir ese ritmo”. Sin embargo, volver a estar junto a sus compañeros de Movistar Team fue una motivación extra: los visitó en el GP Miguel Indurain, estuvo una noche con ellos en el Giro y compartió entrenamientos con todo aquel que cubría kilómetros por Pamplona. “La gente del equipo ha sido mi segunda familia, de los que más se han esforzado en arroparme. Tras Elisa y mis amigos, han sido lo mejor de este tiempo. Todos ellos -CNAI, la CUN, Mutua Navarra, médicos, fisioterapeutas, amigos y gente del ciclismo- me han ayudado a volver a competir”.
Aun así, aunque Adriano vuelva a ser un puntito más en el grupo de maillots que se ven desde una toma de helicóptero, por dentro hay otra persona. “Te pasa una cosa así y empiezas a ver la vida de otra manera. Cuando estás tan mal, mal de verdad, en Pamplona, en una silla de ruedas, ves a la gente moverse a tu alrededor y aspiras a hacer todas esas cosas que ellos hacen, como alguien normal, alguien más. Pero cuando ingresas en el CNAI y rápidamente mejoras, hasta el punto de que en 10 días te quitan la silla de ruedas, que vas mejorando en todos los sentidos, y miras los ojos de la gente que cada día se esfuerza pero no avanzaba y tú, que estabas más grave, vas al doble de velocidad… La cara, cómo te miraban, eso nunca se olvida. No te miraban con admiración por ser corredor de Movistar Team, por llevar un buen reloj, tener un coche bonito… te admiran por cómo te movías. Y eso te conmueve. Te hace dar el valor justo a las cosas. Estos ocho meses me han cambiado por completo. Vas por ahí cuando eres joven y te vas cagando en todo porque no encuentras el apartamento que has alquilado para las vacaciones, porque no puedes aparcar cerca de los sitios… y ahora todo eso ves que da igual. Le das otro valor a la vida. El sentido que verdaderamente tiene”.
Lo que buscó Malori contando este martes su historia en un hotel de Salsomaggiore Terme fue transmitir “una sonrisa, una esperanza. Que a alguien le pase lo que a mí me pasó y en ocho meses vuelva a competir, no a entrenar, a competir… es una cosa extraordinaria, es un milagro. Y tenía que contarlo por toda la gente que he visto que está mal. Su cerebro funciona y no pueden mover ni un dedo, ni los ojos. ¿Sabe la gente lo frustrante que es eso? Lo que quiero es que cualquiera que esté en esa situación conozca mi historia o le lleguen ecos y digan: ‘Anda, aquí hay un chaval con mi misma edad, o más joven, o mayor, que vuelve a mover su mano, su brazo, su cuerpo, con trabajo, con voluntad. Y de hecho es un chaval que ha vuelto a ser un gran atleta, o a competir donde sea. Que le ha echado dos huevos, que ha podido, y tú también puedes . Si yo lo hubiese tenido, me habría ayudado mucho. Sé que no puedo solucionar los problemas del mundo, que hay gente con lesiones más graves, con enfermedades… pero si les puedo regalar una sonrisa, aunque sea por una hora, por dos horas, por un día… no soy médico ni neurólogo, pero pienso que eso les puede ayudar”.
fuente: Prensa movistar Team