CARRETERA

Heras revienta la Vuelta

Heras revienta la Vuelta
Atacó bajando la Colladiella y en una gran labor de equipo aventajó en cinco minutos en meta a Denis Menchov No se lo esperaba nadie. ¡En la bajada del penúltimo puerto de la jornada! ¡Quién se lo iba a imaginar! ¿Cuándo se ha visto que un escalador ataque bajando? ¿Y dónde se ha visto que lo haga a casi 50 kilómetros de meta? Pues hoy. En la Vuelta a España. Roberto Heras ha puesto patas arriba la ronda española en la última oportunidad que parecía que le quedaba. Él y Manolo Sáiz han preparado una emboscada mítica. De las que se recordarán dentro de muchos años. Hoy se ha visto ciclismo de otra época. Ciclismo en blanco y negro. De valientes. De aquel en el que el ‘pinganillo’ era un invento de las novelas de Julio Verne y el ciclista reaccionaba siempre según sus sensaciones. Un ciclismo en el que existían las pájaras y el ‘hombre del mazo’ era un miembro más de la caravana de una gran Vuelta, no como ahora, que goza de un forzado retiro gracias a la medición cautelosa que todos los directores hacen de sus corredores gracias a mil inventos tecnológicos que han convertido a los ciclistas en auténticos androides. Roberto Heras se encontraba bien. Más que bien. Se encontraba pletórico. Manolo Sáiz había movilizado a la caballería desde primera hora. Sólo viendo lo que pasó después se entendía que pesos pesados como Beloki o Vicioso se metieran en la fuga grande del día dejando sólo y desamparado a su líder. Pero en la bajada del Alto de la Colladiella, de primera categoría, Heras no se lo pensó. Miró a su lado y vio algo en los ojos de Menchov. El ruso estaba en crisis. El hombre del mazo, al que tanto le gustan las montaña asturianas, quiso visitar la Vuelta una vez más. Se acopló al grupo de favoritos y eligió al líder, al jersey oro, para que fuera su víctima. Allí, vacío, mojado y solo Menchov se dio cuenta de muchas cosas. Se dio cuenta de que Roberto Heras había jugado con todos al despiste cuando decía que tras Lagos las cosas se ponían mucho más difíciles para él. Cuando en su discruso no se mencionó nunca la etapa de hoy, sin duda mucho más dura que la de ayer. Se dio cuenta también que no tenía equipo. Incluso el bravo Vastaranta se ha bajado hoy de la bici, dejando a Rabobank con cuatro más el líder. Y allí empezó el festival. Beloki, Vicioso y Scarponi, siempre el italiano, tirando del grupo. Y por la cola del mismo, como un grifo mal cerrado, se iba cayendo gente. Mancebo no pudo desde el primer momento. Pero cayeron más. Sastre. Carlos García Quesada. Javier Pascual Rodríguez. Samuel Sánchez… Y entonces llegó Pajares. Y se apartó Scarponi y Heras se quedó sólo. Ante él, 14 kilómetros de subida hacia la gloria. Bajo un diluvio y rodeado de miles de personas que se volvían locas al ver que el bravo bejarano le estaba devolviendo la emoción a la Vuelta a España. Chic, chac. Chic, chac. Como su ex patrón Armstrong. Con el molinillo puesto. La rodilla izquierda, con sus 15 puntos de sutura, se movía como un engranaje perfecto. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Y su bicicleta, el resto de su cuerpo subía más y más arriba. Hacia la cumbre de Pajares. Se metió Heras en la niebla. Y al buen aficionado le vinieron a la mente tantas imágenes, tantas gestas que se han producido en Asturias. Se acordó de Perico Delgado. Se acordó de Marin Lejarreta. De Rominger mirando atrás y viendo que Zulle se había caído en La Cobertoria bajo un diluvio mítico como el de hoy. Del propio Zulle llorando porque no encontraba ni sus gafas ni su bicicleta que, como luego explicó, estaba “debajo de las flores”. Se acordó también de Jalabert, que en los Lagos descubrió que servía para algo más que para buscar victorias en los sprints. Y vaya que si servía. Se acordó del propio Heras, cuando ganó en el Angliru bajo otra tromba de agua descomunal. Y cuando estaba recordando todo eso, Heras volvió a salir de la niebla. Brazos en alto. Cara seria. Rabia contenida. Bien hecho. Etapa, liderato y una gesta que pocos olvidarán. ¿Qué más se puede pedir? Por detrás, Menchov, renegado. Derrotado. Vacío. El ruso llegaba a meta con 5:19 perdidos y, seguramente, con la mayor y más dolorosa pájara de su vida. Nicolás Van Looy Imagen cortesía de Unipublic

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