Lo normal cuando uno acude a un circuito de motociclismo es escuchar el rugido de los motores o el chirrido de una rueda quemada al derrapar. Sin embargo, ayer en el Circuito de Almería se escuchaban pedaleos, cambio de piñones y, sobre todo, muchos gritos de ánimo de directores de equipo y aficionados al mundo del ciclismo.
La Trackman Cycling es una prueba apasionante y ayer demostró por qué se celebró la segunda edición de las decenas de ellas que habrá en el futuro. Es una competición que mezcla la pasión por llevar el cuerpo hasta el límite de su potencia con la adrenalina que se desprende cuando sobre dos ruedas entras a toda velocidad por una curva de la que saldrías despedido si no existiera esa fuerza centrípeta que contrarresta a la centrífuga.
Desde las 8:30 que se dio el banderazo de salida, más de 150 ciclistas comenzaron a dar vueltas a un circuito que tan bien se conocen todos los pilotos del Mundial de Motociclismo, en especial el campeonísimo Tito Rabat. El pelotón que rodaba en Tabernas era internacional, pero el idioma del ciclismo es universal.
Todos los competidores sabían qué desarrollo poner en cada tramo del trazado almeriense, eran conscientes de que el avituallamiento y la hidratación eran fundamentales para contrarrestar el calor que poco a poco fue haciendo acto de presencia, y daba paso a sus compañeros apostados en boxes a la velocidad que lo hace una moto de cualquier gran cilindrada.
Fuesen seis o doce horas las que tenían que correr, daba gusto ver a los ciclistas esforzarse y dejarse hasta el último aliento sobre un asfalto que ya desprendía fuego. Normal, por algo estaban en uno de los parajes del Far West almeriense. Las banderas a cuadros y los fuertes aplausos coronaron a todos los valientes que desafiaron a la Trackman. Mejor dicho, que disfrutaron con ella.
